Entrena tus valores corporativos

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Mi infancia se vio marcada por una película setentera del Peplum, género también conocido como “espadas y sandalias”, protagonizada por un Steve Reeves de tupe enlacado que daba vida a un Hércules de atípica distribución capilar (la densidad de su barba contrastaba fuertemente con axilas e inglés libre de vello). El por entonces Mister Mundo echaba las tardes lanzando por los aires enormes columnas que rebotaban antinaturalmente contra el suelo y desencajando mandíbulas a leones narcotizados (en aquella época, los defensores de animales admitían estas pequeñas licencias en pos del espectáculo).

La cuestión es que a pesar de la ilusión que me hacía lucir unos hombros cocoteros, me traicionó mi vil naturaleza y me decanté por actividades más holgazanas como la lectura o el dibujo y pospuse el objetivo de ponerme más fuerte que el vinagre hasta los 20 años, edad en la que pisé un gimnasio por 1ª vez. Me enganché e iba seis días por semana (porque los domingos, estaba cerrado, no por otra cosa), ignorando los sospechosos dolores de codos y muñecas, leía revistas especializadas a pesar de que el quiosquero del barrio me recomendara forrar la portada para que tanto hombre enceitado en bañador no le diera que pensar a mis padres La razón de tanta implicación no fue tanto el ego como entrenar en un pequeño gimnasio llamado Salvador Ruiz en el que confluían varios factores:

– Monitores que a su vez eran competidores profesionales o amateur. Cuando veían a un socio haciendo un ejercicio incorrectamente, no desviaban la mirada, sino que le corregían, casi siempre dirigiéndose a el o ella por el nombre. No decían “Haz press de banca” y te daban un folleto sino que dedicaban unos minutos a ejecutarlo ellos mismos para que tuvieras una referencia y después te vigilaban a distancia, interviniendo únicamente para reconocer cuando lo hacías bien o para corregir.

– Los otros socios tenían objetivos similares y solo interrumpían para decirte cosas del estilo “¿Necesitas ayuda?”, “Puedes con más” o “Se te ve muy bien”.  Nada de comentarios pesimistas o jocosos hacia otros compañeros de sala. Tampoco empezarían o darían continuidad a conversaciones que pudieran distraer del entrenamiento. Adicional, había una caja en la entrada para dejar los móviles y que pudieses centrarte en lo que habías ido a hacer.

– Pesos básicos, sin máquinas sofisticadas, que te forzaban a centrarte en los movimientos esenciales para el desarrollo de los grandes grupos musculares; nada de ejercicios para lucir palmito o mostrar habilidades circenses. Filosofía 100% «menos es más» y «foco en los basics»

Por todo lo anterior, el Salvador Ruiz era un habitat al que te apetecía ir, estar y esforzarte. Tenía impronta. Valores. Formas de trabajo compartidas.

Este tipo de locales no pudo competir contra las grandes cadenas y la mayoría terminó siendo engullido. Hoy en día la mayoría de los gimnasios son indistinguibles y solo los logos de la cadena los diferencian. Los monitores no son referencia y se les distingue por el uniforme, no por su forma física que, en ocasiones, es incluso inferior a la de algunos socios. Solo atienden a un socio si es por el interés de vender entrenamiento personal e ignoran a la gente que está haciendo tan incorrectamente los ejercicios que podrían incluso lesionarse. Por eso, hay gente en el gimnasio que sigue un workout desde una app, protagonizado, agárrate a la silla, por un actor de Hollywood o por un instagramer que solo ha visto competiciones en la tele.  En consecuencia, la gente no se desarrolla y transita de un gimnasio a otro, a ver si así se inspira.

Ahora cambia la palabra “gimnasio” por “empresa”, “monitor” por “Jefe”, “socio” por “empleado” ,“músculo” por “trabajo”, “pesos” por “procesos” y encontraréis algunas pistas de que caracteriza una cultura organizacional. Estar motivado y entregarse al 100% requiere un propósito compartido, líderes que saben de lo que hablan, son role model y se preocupan por que llegues al nivel que deseas,  compañeros concentrados por hacer bien su trabajo y disponibles para ayudar y procesos sencillos orientados al core del negocio. Esa cultura será sostenible si le sumas unos modelos y unos procedimientos que obliguen a los profesionales a revisar de forma constante sus expectativas individuales y las vayan acomodando a la evolución de sus capacidades.

Este tipo de cultura organizativas son una especie en extinción, al igual lo fueron esos gimnasios. El Salvador Ruiz ahora es un bazar chino. Pero sus valores perduran en la gente que entrenó allí.

Dedicado a Salvador Ruiz, fallecido en 2014. No se le apodó “El Maestro” por casualidad. Ojala muchos líderes entendieran que el bien más preciado que una organización deja en sus manos no es otro que el desarrollo de un equipo de personas

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